Verónica

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La siesta. Van Gogh.

Tumbada encima de la hierba del parque del Retiro, lejos del bullicio, a la sombra de las ramas de un castaño, enverdecidas por el estallido de pequeños y tiernos capullos, envuelta en el olor a clorofila de la hierba recién cortada, tu recuerdo aflora en mí. Me retratabas, retoño de trigo ondulando bajo la brisa de tu aliento, bruñido por el fuego de tus ojos confusos, bailando inconsciente y feliz, bajo tu mirada profesional, en la soledad inmensa de un páramo castellano. Tu mano enloquecida se enredaba en la jungla dorada del lienzo reventado de espigas maduras. A falta de oxigeno y preso de pánico, rasgaste el cuadro con escalpelo afilado, dejando sobre la tierra resquebrada unas pinceladas esparcidas y amarillas, carentes de sentido. Recogiste tus bártulos y te largaste borrando minuciosamente tu rastro con pincel impoluto. Las lluvias del invierno han disuelto en arcilla el cuadro fallido. Tu recuerdo, rugoso como el tronco donde apoyo la cabeza, raspa pero no duele. Tumbada en la hierba del Parque del Retiro, aspiro ávidamente el aire hinchado de clororofila bajo la mirada luminosa de un transeúnte solitario.

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