Picasso
El mercado cubierto rebosa colores, olores y voces mezcladas en un ovillo variopinto. Lucía se encuentra feliz frente al puesto de frutas y verduras haciendo la compra y conversando alegremente con las vendedoras. Se siente guapa y atractiva. El vestido nuevo le sienta bien. Lo sabe. Nota las miradas de los hombres detenerse en ella. Las puertas laterales se abren luminosas al bullicio de la calle. Aspira, a grandes bocanadas, la alegría de la primavera condensada en el verde de los guisantes y de las alcachofas, en el rojo reventón de las fresas, en el amarillo eléctrico de los cítricos. Una viejecita, fibrosa como un sarmiento, se cuela a su lado, empujándola a codazos puntiagudos. Parece desorientada, perdida dentro de un traje de chaqueta de franela gris antracita. Espera su turno frotándose las piernas como si tuviese frio. Se impacienta, las manos inquietas agarradas a un papelito arrugado. Se balancea. Lucía nota como una manga áspera y oscura raspa la piel desnuda de sus brazos erizada de pronto. La vieja alarga el pescuezo acercando su cara a la de Lucía. Bosteza a mandíbula abierta y Lucía cae presa en la envoltura viscosa del aliento empapado en alcohol. Un cuco canta en un semisótano estrecho y alto, alumbrado por ventanas de medio arco pegadas al techo. Detrás de los cristales sucios, piernas huesudas se tambalean en un vaivén incesante. Algunas se detienen temblando. Se derrumban arrastrando troncos y cabezas. Bocas amorfas y babosas se pegan como limacos, aglutinadas en el polvo denso del vidrio opaco. En la penumbra de la sala, camas de hierro se suceden en hilera. Siluetas atadas de pies y manos a los barrotes de sus camastros, yacen inconscientes. Alguna se agita y chilla locamente. Se acerca un enfermero fornido y hunde en sus venas una jeringuilla. La sombra para en seco su loca pantomima. La mujer mareada, se agarra al brazo de Lucía. Lucía inicia un brusco movimiento de retirada. Las campanas de una iglesia cercana desgranan las horas. La vieja se agarra al mostrador. Lucía cuenta las campanadas para serenarse como quien cuenta ovejas antes de dormirse. La viejecita aplasta de un manotazo una mosca. No ha pasado nada. Han recobrado el aplomo. Solamente ha muerto una mosca. A las doce en punto, cuenta Lucia.
¿Cuándo te pasaste por mi trabajo? Yo curro en una Fundación de Lucías; cuando voy, claro. Podría sospecharse que estoy recluido, pues cuando tengo guardia y vienen las familias de visita, pasan por mi lado buscando al responsable. Siempre les confunde verme con el embudo en la cabeza.
Fines de semana con 20 locuelos la mar de distraídos y amenos. La última guardia me organizaron un motín, aunque se acabó cuando les di lo que pedían: Nada. Resultó frustrante para ellos, olvidaron lo más importante, el motivo de la sublevación. Tampoco es tan dramático como hileras de camas y mordazas, existen habitaciones con cámaras y fármacos para la calma. Lo mismo, pero en moderno.
Madonna
Eduard, lo has entendido todo, pero ¿te acuerdas de la peli de Jack Nicholson? Adoro esta película y además me encanta cargar las tintas!!!!!
Y lo que llevabas en la cabeza no era un embudo ¿Ya te has olvidado?
¿Qué fue eso? Inquietante.
Me gusta.
Fanou, me gusta que te resultara inquietante, es lo que buscaba.
Un abrazo.
Los envidio.
Me gustan las imágenes que acompañan tus entradas.
Saludos.
En el caso de esta entrada, escogí el cuadro de Picasso por representar a una niña(en la niñez creo que se forja nuestra personalidad más íntima), porque tenía dos cabezas (que bien pudieran ser las dos mujeres del relato unidas por una misma historia) y por el barco (símbolo de evasión).
Un cordial saludo a Manfredo.