«Que me perdone Hopper» . El último escalón.

Edward Hopper. Summertime.

Al bajar los escalones el calor del sol le sorprendió. Norah se paró en el último escalón complacida por la imagen que le había devuelto el espejo, sus labios pintados de carmín enmarcados en el redondel de la polvera. El vestido de muselina ceñía su cuerpo y lo desvelaba, una brisa cálida  pegaba la tela contra sus piernas y las cosquilleaba. Norah la  saboreaba con gula. Sonrió al pensar que si hubiera sido un vegetal sin hojas, sus ramas  hubieran enverdecido en una sola inpiración.

Esto no es brisa Norah, es una corriente de aire que llena de miasmas mi habitación y ennegrece  mi visillo. Esta brisa no te acaricia, te desintegra en su continuo  ir y venir. Eres la masa en el mortero, ella te machaca y el sol te cuece hasta resquebrarte ¿No me crees?  ¿Porqué no echas un vistazo atrás?  Sabes que te escrudiño a través del visillo, sabes que dentro está oscuro, que huele a moho, que mi cabeza reposa sobre un tronco inerte.  Norah, deja de pensar en el carmín, en el vestido…estás rodeada, ¿no lo ves?

Norah observaba la calle vacía. El sol rebotaba sobre las fachadas de piedra caliza. Tuvo que cerrar los ojos. Intentó avanzar, una sombra pesada como una mole la mantenía retenida en el último escalón.

Norah no es tu sombra la que te paraliza sino la muchedumbre que ella contiene. Empieza por un bloqueo ¿lo notas? En la cuenca de tus ojos dos esquirlas de vidrio disecan la luz: tenías la garganta achicharrada, tiraste la botella contra la pared. El mensaje que deseabas recibir solo existía en tu mente atascada.

Las paredes empezaron a girar, aplastando a Norah,  devolviéndola al banco de los últimos de la clase en conjugación: los que nunca dominaron el presente, se armaban un lío con el pasado y habían dejado el futuro para más adelante. Una niña con uniforme la tiraba de la mano. Hoy había declinado el verbo amar en presente sin una sola falta. La maestra le había dado un caramelo de recompensa. Deseaba ir al recreo para comérselo.

Norah, al reconocer a muchos  vecinos del inmueble aplastados en la masa, se sintió aliviada.  Nunca había entablado una conversación con ellos. Los identificaba por haberlos cruzado en la escalera, por haber oído parcelas de sus vidas a través de los tabiques y conocer sus manías, como bajar la basura a las diez en punto o fumar un pitillo en el balcón los días de luna llena.

La niña seguía tirándole de la mano. Norah la empujó en el decorado. Se apachurró como los chorretes del caramelo que pringaban su bolsillo.

Al darse la vuelta para entrar en el inmueble, Norah se dio cuenta que había olvidado cerrar la ventana.

24 comentarios en “«Que me perdone Hopper» . El último escalón.

  1. Me ha gustado mucho, aunque creo que no es posible conjugar el verbo amar sin una sola falta. Siempre cometemos alguna.

    Leyéndolo te imagino mirando el cuadro con tus oídos, escuchando la historia que quiere que nos cuentes.

    Saludos.

    • Zambullida me ha sorprendido que este texto te pueda recordar al Gran Gatsby, pero tienes razón en el sentido que Gatsby deseaba volver a vivir el pasado y cambiarlo. Gracias Alan, es verdad que es imposible conjugar el verbo amar sin faltas y es cierto que antes de escribir el texto me paso mucho tiempo mirando el cuadro a ver que historia me sugiere. Me fijo mucho en los detalles. Un saludo,

  2. Ahora hay dos voces. Una que la mira de afuera y otra que sale de su interior. Norah es una mujer que tiene vericuetos, mismos que buscan la manera salir. Lo hacen con la voz que susurra. El presente es un sol con vestido de muselina y en la regresión una niña le jala la atención para decirle también soy. Prosa íntima, que recorta poesía como los pinceles… rub

  3. Cuantos demonios escondidos tras ese visillo que se mece en la brisa. Nos descubres un mundo de soledad y desapego que desgarra. Que bien describes los mundos de Hopper… Un saludo

    • Ana Maria, el ir y venir del tiempo o su estancamiento es un tema que me atrae mucho. Hopper lo sirve en bandeja…el estancamiento. Un abrazo,

  4. Anne, tu relato, mejor dicho ya es una serie, mañana quizás un libro…, Norah tu personaje me hace recordar a una pintura de una artista amiga, ella la llamo:
    “¿Cómo estoy hoy?”
    ¡Siempre me apasionó esa obra!
    Yo le pregunte…¿Por qué ese nombre? Ella me describió simplemente…, aquí están todas las mujeres que habitan en mí…

    En Norah también hay muchas mujeres que habitan en ella¡¡¡

    Bueno como siempre lo que escribes¡
    Abrazos para ti…

    • Carlos, en Norah habitan tantas mujeres como estados de animo, aunque parece que en ella prevalezca la melancolía. Me ha encantado lo de la serie, serie Hopper, suena bien! Un abrazo,

  5. eso de que la voz interior pareciera tu enemiga, tiene su miga, sí señora

    qué angustia no ser dueño de lo que realmente se quiere, qué pena el saberlo de antemano!

    • tara, recurrí a las voces porque la mujer pintada por Hopper se ha quedado estática encima del último escalón, incapaz de avanzar, cuando está arreglada para salir. Se me ocurrió que una voz interior le sugiriera que no lo hiciera…y esta ventana con el visillo, tan siniestros! Por lo que he leído y sentido, los personajes de Hopper no son dueños de su vida, no la entienden, la viven, desviven, ajenos a ella.

  6. La voz de su interior reclamaba que el viento, esa brisa que escapaba detrás de Norah, como empujándola suavemente hacía la calle, despidiera su caminar con la sonrisa cosquilleante alborotando su entrepierna.
    Bajo su elegante sombrero panamá, sus parpados escondían su mirada verde. Una bofetada de luz en la hora, inundaba el largo sin agua de la calle, dejando, en la marmórea caliza, la alargada estilográfica de su talle.
    La impoluta pared, reflejaba el ondulante movimiento de su sombra. Al girar la cabeza, presumiendo que alguien la seguía, sorprendió la despedida de unos blancos visillos, los que provocaban la zozobra de su cuerpo en la calada pared.
    Sonrió. Volviendo a desandar el camino que provocó su encuentro.

    • Muy bonito Germán! Puede que detrás de los visillos se esconda el lobo feroz y puede que Norah tenga alma de caperucita roja. Menudo morbo!

  7. Anne, estoy redescubriendo a Hopper (la verdad es que hasta ahora le había prestado poca atención) a través de tus relatos. A veces parace que sea él quien los escribe, de tanto y tan bien como te has identificado con sus pinturas. Seguro que a él, tan solitario en su profunda expresión de la soledad, le hubiera encantado ilustrar con sus obras un libro con estos relatos.
    Me ha encantado esta frase: «los que nunca dominaron el presente, se armaban un lío con el pasado y habían dejado el futuro para más adelante», y estoy muy de acuerdo con quienes opinan que no se puede conjugar el verbo amar sin cometer errores (o, por lo menos, resulta muy difícil).
    ¡Empiezas a dejar de ser una promesa literaria, porque ya empiezas a cumplir lo que prometías!

    • Albert, antes de escribir estos relatos, me he documentado sobre Hopper y sobre lo que deseaba expresar en su obra. Correspondía a lo que resentía al contemplar sus cuadros. Siempre me sentí muy atraída por sus personajes incapaces de conjugar el presente, que viven una vida paralela donde subyace una amenaza sin definir, por lo tanto mucho mas perturbadora. En cuanto a tu alabanza final…me estoy poniendo colorada! Albert, sabes que te agradezco el aliento, un soplo de brisa fresca en el visillo.

  8. Tus relatos me producen la inquietud de explorar nuevos caminos literarios. Pararse frente a una puerta de las casas de Hopper, y abrirla para navegar sobre las olas de emociones que en su interior pueden traducirse como ingeniosas ideas que intentan seguir el orden que cuente su historia.

    Un abrazo.

    • Charles, los cuadros de Hopper en su gran mayoría me producen inquietud, si mis relatos te producen inquietud, me siento realizada al haber sabido transmitirte esta emoción. El hermetismo de Hopper empuja a querer saber más, empujar puertas y ver que pasa.
      Un saludo y gracias Charles.

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