De vuelta a casa después de haber estado varios días de viaje, con todo lo que conlleva de nuevas experiencias, Ana A se siente como una playa en marea baja donde se alargan las sombras y donde el sol centellea en mil charcos menudos… Y este olor a yodo que coloniza su fosas nasales, que, de tan penetrante, su padre describía como sólido. Olor colmena que ha ido excavando alveolos dentro de los paneles, a menudo picudos, del cerebro de Ana A quien ha recordado mucho a su padre durante las largas horas de coche. Lo ha visto detrás de la ventanilla, convergente en el vértigo de un paisaje corredizo, ha oído su risa socarrona prolongando la suya al leer sobre los paneles de la autopista recomendaciones aniñadas tan absurdas como evidentes. Lo ha sentido desamparado al son de las noticias divulgadas en la radio. Una Europa tan frágil como los castillos de arena que construían juntos durante las interminables tardes de la infancia de Ana A y que sabían que la marea destruiría de forma tan inexorable como metódica. A pesar de todo, al día siguiente, volvían a edificar otro castillo de arena con las mismas palas, el mismo entusiasmo y planos cada vez más elaborados.
Ana A anota:
Planes para mañana: si el tiempo lo permite construir un castillo de arena. Muy grande, le susurra nanou. El más grande le asegura Ana A.
Emil Nolde. Estado de ánimo.
Los seres se mueren del todo, cuando, ya nadie losrecuerda. El padre de tu personaje vive, porqué está en ella: en el recuerdo y en los quehaeres… bello texto Ana un abrazo grande
Desde luego que sí, rub. Morimos del todo cuando nadie nos recuerda. Gracias por pasar y dejar un comentario tan bonito.
Un abrazo
Unos construyen castillos en España y otros en Normandía. 😉
En francés cuando decimos «Faire des châteaux en Espagne», decimos soñar, decimos elucubrar.
Un abrazo, zambu.