Irlanda. Ballymaloe.

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Es la hora del té en Ballymaloe.

Sordo es el sonido del mazo de criquet sobre la bola de madera.

Amortiguados son los pasos de los jugadores sobre el césped.

Afelpado suena el andar del perro y cansado su jadeo.

Diáfano es el aire del atardecer sombreado de rosas.

Entre susurros de podredumbre yerran mis queridas sombras.

Cuan exótico es el aroma del té en la transparencia de mi taza y qué blanco el unicornio que, entre harapos de niebla, me guía hacía la ensoñación dorada de los jardines de Bizancio.