Margarita

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Bill Viola.

Todavía tengo el corazón en la boca apachurrado e intentando salirse en chorros calientes por los agujeros de mi dentadura carente de implantes. A estas alturas tener que luchar contra unos ángeles de la guarda vestidos de Samur. No gracias. Ya tuve a papá y mamá y otros borregos violentos labrando mi carne a golpes en ambientes asépticos de sofás de eskay y muebles de pino autentico con reflejos de látex. Horarios apestosos encerrada en rejillas de limpieza, comida, abre las piernas y calla la boca. Fregona eficaz de cien mil voltios, bragas rojas y brillantes, encaje negro y tieso, sarpullido garantizado, relamiendo como la perra que soy, las migas a mis pies caídas. Los de amarillo, en un gran alboroto de alas, me dicen que va a helar, que vaya con ellos al albergue de Vallecas. No me da la gana. Venga, anda, me susurra el ángel con voz melosa y gesto constipado, por el frío supongo. Qué coño le importa, que no voy. Portazo, alas pilladas y chirriar de ruedas. Para otra la camita de hierro, perdida en la fila ordenada de productos reciclables. Para otra la cara sudada del vapor nauseabundo de la sopa deslavada de puerros y nabos revenidos en desinfectante. Asqueroso recuerdo de calor, tiritando con la frente sangrando, pintando de rojo los barrotes del radiador echando chispas, las manos tatuadas de quemazos redondos, aferradas sin sentirlo al hierro en fundición. Quien con medio dedo de frente quisiera ir a vivir en los suburbios infantiles y marrones viviendo en la calle Serrano. Con comida gratis sufragada por las sobras de mis vecinos, estamos aquí para ayudar, dicho a distancia con orificios nasales cerrados al máximo y boca prieta, no vaya ser que entren moscas. Al cruzar la calle, justo frente a mi casa de cartón, hecha a medida, una tienda de delicatessen violentamente alumbrada. En mi casa nunca anochece. La oscuridad para el hoyo. Calefacción autóctona. Paredes acolchadas de batas peludas de las abuelas del barrio amortajadas en vida y sepultadas a tres metros bajo tierra en olor a incienso. Aquí se vuelven picaronas, amigas descarnadas, ondulando frenéticamente, en un fervor libertario, con efluvios compartidos de excrementos macerados, agitadas, estremecidas de gozo, por ráfagas de viento salvaje, por nosotras enjaulado y esclavizado entre bamboleantes y estrechos pasadizos. Terminadas las ganas de gritar reprimidas por bozales invisibles de ordeno y mando, la cabeza atravesada por las espuelas del jinete, domador de fieras en la intimidad de gotelé, y chihuahua sacando brillo a lengüetazos a los zapatos de charol del jefe de departamento. Una cama silenciosa y mía, al ras de los adoquines recubiertos por un espeso colchón de tetra-bricks de tintorro vacios. Antes de caer como un plomo en un sueño plano, me meo de risa cuando veo a mis verdugos prisioneros de sus alas de fuego, asados vuelta y vuelta, una y otra vez, en el escaparate convertido en una barbacoa alegre y desbocada. 

2 comentarios en “Margarita

  1. se ve que mo comentario poco te importo, pero bue yo no voy a leerte entonces, ni veo que nadie lo este haciendo…segui nomas con tu sobervia

  2. Mirna me importo tu comentario, de hecho he agrandado el tamaño de las letras siguiendo tu consejo. En cuanto al fondo negro, de momento lo dejo porque me gusta. Por otro lado no creo ser soberbia pero si muy cabezota y muy timida. Siento el malentendido. Un saludo. Anne.

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